A veces merece la pena

Estamos viviendo una época muy convulsa. Noto a la gente mucho más irascible, mucho menos tolerante y nada empática, especialmente desde que nos vimos sometidos por este maldito virus.

En un mundo donde las redes sociales dominan la «¿comunicación?», no veo más que haters salivando espuma, con afán destructivo, sin contemplaciones ni medias tintas. Veo muchas envidias, muchos celos. Todo el mundo protesta por todo, muchas veces sin haberse informado previamente o sin haber leído la base de su furia, simplemente como respuesta a lo único que han leído: el titular, el primer párrafo de un post, los 140 caracteres de un tuit… lo que consideran suficiente para alzarse en armas y lanzar una granada de fragmentación en forma de comentario o publicación. Siempre con afán destructivo, nunca como crítica educada, argumentada y constructiva. Critican lo que se hace, y critican cuando no se hace nada.

Por eso a veces, hechos como los que hoy voy a mencionar, merecen ser destacados. Porque son pocas, muy pocas, las voces y opiniones que se oyen o se leen para felicitar a alguien, o simplemente para transmitirle las buenas impresiones. La gente se calla las opiniones positivas, mientras que a los que han vivido una experiencia -para ellos- negativa, les falta tiempo para alzarse en grito en el altavoz que más les conviene o en el que creen que hacen más daño; hay que destruir.

Recuerdo el primer evento de Noite no Mosteiro que organizamos en el monasterio de Caaveiro. Ver las caras de sorpresa de los niños allí presentes, fue todo un regalo. Pero más aún recibir los correos reenviados por el alcalde, que le habían llegado felicitándolo por el evento. Alguno contaba cómo su hijo se había acostado con una cara de ilusión fascinante, otro cómo su hijo le preguntaba, de camino al autobús, caminando en la espesa noche con su linterna en la mano, «¿papá, y tú habías visto alguna vez a las hadas que hay en los bosques?«. Recuerdo también cómo en otra ocasión, esta vez en el monasterio del Couto, una concejala salió con lágrimas en los ojos para abrazarme y decirme que le había encantado. O cómo, este mismo año, en el mismo monasterio, hace solo unos días, hasta 4 personas, una de ellas una señora mayor, también con los ojos vidriosos, me dijo «neniño, qué cosa más bonita esta». ya por lo de «neniño» a mis 54 tacos, la señora tiene merecido el cielo 😉

Entre esas 4 personas, hubo una chica con la cara iluminada de alegría, que me felicitó entusiasmada. Dijo que nos había seguido en redes, y que por fin había podido disfrutar del evento. No recuerdo su nombre; solo su cara, y su sonrisa. Ahora sé cómo se denomina en la red: @bajoinfinitasestrellas.

Personas como estas son las que hacen que empezar a montar a las 11 de la mañana y acabar de recoger a las 4 de la madrugada, merezca la pena. Ellas me recuerdan por qué me dedico a organizar eventos: porque quiero transmitir sensaciones, despertar emociones, hacer disfrutar, hacer sentir que aunque sea por unas horas, o unos días, esta mierda de vida merezca la pena.

Ellas me recuerdan que debemos seguir removiéndonos entre haters, amargados, destructores, envidiosos, celosos, tóxicos y criticones; porque si con ello hacemos que muchos más hayan disfrutado, aunque no lo expresen públicamente y se lleven su alegría y buenas sensaciones en silencio, el esfuerzo, el trabajo, han servido para algo bueno.

Gracias #bajoinfinitasestrellas, y gracias a todos los que sentís lo mismo que ella, aunque os lo calléis. Aquí os dejo un enlace a su web, para que podáis leer las palabras que nos ha dedicado, y que me han puesto la piel de gallina: https://www.bajoinfinitasestrellas.com/post/noite-no-mosteiro-concierto-de-m%C3%BAsica-sacra

Y aquí, su Instagram y su canal en YouTube

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